Jimena Barrantes
Todos tenemos un sentimiento especial por las películas de Disney; ya sea que las amamos por representar gran parte de nuestra infancia, o las odiamos por recaer en la nostalgia como estrategia publicitaria, no podemos negar que sus películas tienen algo especial, y aparentemente no somos los únicos que pensamos así, ya que desde la creación oficial de la categoría “Mejor Película de Animación” para los Oscars en 2001, sólo han despojado a Walt Disney Pictures de su trono 6 veces.
El primer premio oficial a una película animada por parte de la academia se le dio a nada más ni nada menos que al mismísimo Walt Disney en 1938 por la película de Blanca Nieves y los Siete Enanos por su innovadora técnica de animación; un premio similar fue concedido a John Lasseter en 1995 por Toy Story, el primer largometraje creado completamente por computadora.
Curiosamente, el premio inaugural de la categoría de Mejor Película de Animación no se lo llevó Disney ni ningún asociado, sino Shrek, que competía contra Monsters Inc. y Jimmy Neutron: Boy Genius. Fuera de la importancia -irónica o no- del filme dentro de la cultura popular, fue aclamada por la expresividad de sus personajes hechos completamente por computadora y por su excelente banda sonora.
El siguiente año el premio llegó a manos de Hayao Miyazaki por El Viaje de Chihiro, esta fue la primera y única vez que una película extranjera se quedó con la estatuilla, y no es coincidencia. En 1996 Disney se convirtió en el único distribuidor oficial de Studio Ghibli; películas como El Castillo en el Cielo (1986), Mi Vecino Totoro (1988), y Kiki’s Delivery Service (1989) llegaron a televisores internacionales de la mano de Disney, pero la relación pronto tomó un giro inesperado.
En 1997 Studio Ghibli produce su primer filme PG-13: La Princesa Mononoke, centrándose en temas de ambientalismo, y la destrucción de la guerra acompañados de una fuerte protagonista femenina, lo cual no le sentó bien a una empresa abiertamente capitalista como Disney. El entonces productor y reconocido abusador, Harvey Weinstein, intentó hacer cortes innecesarios a la película para apelar a la audiencia estadounidense, a lo que Miyazaki contestó enviando una espada samurai a la oficina de Weinstein con un simple mensaje: ¡NO CORTES!
Cuando El Viaje de Chihiro llegó a audiencias internacionales en 2001, de la mano de John Lasseter de Pixar Studios, el corporativo de Disney no intentó promocionar la película ni le dio el reconocimiento que se merecía. No fue hasta que el largometraje ganó el premio a Mejor Película Animada que el estudio intentó levantar su popularidad a través de mercancia y juguetes, cosa que no agradó mucho a Miyazaki y éste prohibió el uso de sus personajes para mercancía, lo cual no agradó mucho a nuestro amigo ratón; la relación ha sido un estira y aprieta desde entonces.
El primer Óscar que cayó en manos de Disney fue gracias a Buscando a Nemo en 2003. Los otros nominados eran Tierra de Osos, perteneciente también a Disney, y Les triplettes de Belleville de origen Francés. El siguiente premio que se otorgó a una compañía ajena al ratón fue a Wallace y Gromit en 2005… año en que Disney no tenía ninguna película nominada.
Películas como Fantastic Mr. Fox, Coraline, Kung Fu Panda, Cómo Entrenar a Tu Dragón, When Marnie Was There, Kubo and The Two Strings, The Breadwinner, y muchas otras han perdido la estatuilla ante Dinsey o uno de sus asociados ¿Tiene Disney conquistada la fórmula del éxito? La respuesta es no, pero es algo también más profundo como la manera en que consumimos la animación .
Tanto la academia como la audiencia estadounidense ven la animación como un producto infantil y mercadotécnico: si no puedo vender un juguete de esto, no sirve. Disney ha conquistado la fórmula no del cine, sino de las ventas. Cuando la calidad de un filme es puesta a través del filtro del marketing, películas como The Breadwinner o Coraline que apelan a audiencias fuera de la infancia, no sirven de mucho.
Por mucho que argumentemos la agenda escondida de la academia y sus tratos oscuros con nuestro amigo ratón, realmente no hay que escarbar mucho para saber que también el arte se mueve con dinero, y lo que no produce no gana. Disney ha colocado una pared de obstáculos para películas extranjeras al punto que el 90% de ellas no son ni consideradas para el premio dado que no sirven para la mercancía o no se elevan a los estándares de audiencia invisibles que se han colocado.
El telón de los engaños de Disney se vino abajo por completo en 2019 cuando la aclamada película Klaus, perdió contra Toy Story 4 en una ceremonia de premios donde el único chiste fuimos nosotros. Mientras el ratón se vanagloriaba en su estatuilla, el público comenzó a dudar cada vez más de los estándares de la academia para juzgar películas animadas.
¿Acaso está todo perdido en el mundo de la animación? No. Desde hace algunos años que el enfoque de las audiencias en torno a las películas y series animadas está cambiando, películas como Spider-man: Into the Spider Verse le arrebataron con facilidad el premio al conquistador con su espectacular banda sonora y mezcla de animación 2D y 3D. Un filme que antes hubiera sido considerado “para niños” llenó las salas y emocionó hasta al más estoico de los adultos.
Si quiere mantenerse en el mercado que él mismo puso en pie, Disney tendrá que seguir reinventándose, y con la competencia cada vez más fuerte con la llegada de películas extranjeras como Demon Slayer: El Tren Infinito y Your Name -cabe mencionar que ninguna de estas películas obtuvo ninguna nominación-, la audiencia ni la academia podrán ignorar al resto del mundo por mucho tiempo. La barrera de “la animación para niños” es cada vez más chica, y el reinado del ratón se ve cada vez más corto.